Estructura, en general, de una reseña:
1. Título: lo que se reseña debe ser el título; si se trata de un libro, lo primero que debe aparecer es su ficha bibliográfica; si es una exposición de pintura, citar el nombre del pintor, la galería de arte donde expone, ciudad, fechas y horarios de visita.
2. Autor de la reseña (tu nombre)
3. Resumen expositivo del libro o evento reseñado. Aquí se presentan, en forma selectiva y condensada, los contenidos fundamentales de producto cultural.
4. Comentario crítico, argumentado del producto cultural. Criticar es enjuiciar alguna cosa, diciendo si es bueno y mala y POR QUÉ (destacamos el por qué, ya que sin él no hay crítica buena).
5. Conclusiones
TRIBULACIONES DE UN COMENTARISTA DE LIBROS
Por Luis Fernando Afanador
¿Cómo escribir una reseña? Como si fuera el mejor ensayo breve, con la contundencia de los cuentos memorables, con claridad y lucidez. Claro, es casi imposible, pero debemos intentarlo.
Para matizar la anterior respuesta es necesario entrar en el punto ¿qué es un reseñador?
Creo que es un híbrido. Es una rara especie que es mitad crítico y mitad divulgador; es un lector bien informado: el espectro es amplio. Por eso pienso que cada reseñador finalmente, con su trabajo, define lo que quiere ser. Puede llegar a ser un buen crítico serio y riguroso pero también puede convertirse en un vulgar copiador de solapas: está en sus manos. No sobra decir que esto último es lo que algunas editoriales quieren que seamos: vulgares copistas de solapas que les exhibimos sus libros.
Si el reseñador se define como crítico tendrá algunos problemas al escribir su reseña. Si sólo profundiza en el texto puede volverse demasiado abstracto: no puede olvidar que le está hablando a alguien que todavía no ha leído el libro (o asistido al espectáculo) y que muchas veces sólo quiere saber de qué se trata. Debe, entonces, dar esa información –sin exagerar, para no dañar la lectura– sin olvidar su juicio crítico. Y debe escribir con pasión porque la pasión contagia. Me refiero a esa pasión inteligente, ese tono personal que tienen los grandes ensayistas desde Montaigne hasta George Steiner. Hay que evitar a toda costa ese lenguaje neutral y eunuco, salpicado de neologismos, que se practica en las universidades con la falsa excusa de la objetividad.
Alguna vez alguien me dijo que después de leer una reseña mía le dieron ganas de ir a comprar el libro, ahí mismo, aunque fuera domingo. Es lo mejor que me han dicho de mi trabajo, es lo máximo a lo que aspiro. Recomendar un buen libro, compartir esa alegría. Dar a conocer princesas encantadas y comerme en silencio unos cuantos sapos. Y sentir una culpa infinita por todos esos grandes libros, esos perfumes, esos bellos gestos que pasaron por nuestro lado y no supimos ver.
Publicado en El malpensante, no. 42/dic. 2002.